domingo, 8 de febrero de 2009

nacer en un agujero negro

Y de pronto, en tu cabeza entra un ciclón, con sus nubes y sus claros. Vientos de norte fríos. Te sientes un poco a intervalos. Una de mis gatas viene a contarme algo, trepa por la silla, me llama y pasa de hombro a hombro. Tampoco hay mucho que decir, así que en perfecto equilibrio baja por el apoyabrazos y busca su cuenco de pienso duro. Porque pensar puede ser muy duro.

Pero ahora no pienso en nada en concreto. No son más que recuerdos que se quedan flotando por el espacio esperando a ser devorados por algún agujero negro, o gris, o verde. Empezar a pensar en la muerte te hace descubrir una nueva dimensión y ves cosas que antes no estaban allí. Fantasmas de piedra que surgen en las aceras, en los supermercados o sentados en algún taxi. Pequeñas percepciones quizás más sutiles, más sueltas, o que van un poco más allá. Si ves morir a alguien, te obsesionas con la muerte. El seso se te da la vuelta, como un pulpo al que han dado de ostias contra el suelo y que ahora tiene por fuera lo que antes tenía por dentro. Y la tinta es de un color muy negro. Y la pena es de un color más negro.

Y la realidad es nueva ahora, el aire es otro, tú ves morir para renacer, de una manera espontánea, y a la vez provocada. Renaces en la muerte, qué ironía.

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